1. Falla la autoridad.

Hay una queja de las generaciones anteriores con relación al comportamiento de las nuevas. A estas últimas se las ve proceder de una manera más anárquica, sin asumir una responsabilidad sobre sus actos; no respetan las normas y mucho menos a las personas que las representan. ¿Son en algo responsables los adultos de esta situación?

A todo este malestar se le llama crisis de valores, pero todas estas dificultades no parecen ser sino la consecuencia directa de un defecto fundamental, el cual tiene que ver con la manera como se le transmite a un sujeto una responsabilidad por las consecuencias de sus actos y un respeto por las normas que rigen la convivencia en sociedad.

La solución a esta “falla” no depende de un ejercicio educativo. No es educando a los padres, diciéndoles que tienen que hacer con sus hijos, como se le va a dar solución a las cosas. Se necesita de un cambio de posición en la manera de educar que no depende del acto de instruir. La autoridad es ante todo un supuesto poder que los hijos atribuyen a sus padres al sentir que dependen de ellos. Al nacer, todo niño está en una posición de dependencia de amor hacia sus padres. Los padres al ser investidos de dicho poder, podrán ejercer un control sobre sus hijos.

Los hijos pueden muy bien dejar de atribuir dicho poder debido a la inconsistencia y debilidad de sus padres al ejercer la autoridad. La autoridad necesita del respeto. Dicho respeto se pierde cuando los padres no respetan ni hacen respetar las leyes que rigen lo social. También se introduce un resquebrajamiento de la autoridad cuando se es muy caprichoso o insensato al impartir un mandato, o cuando se es cruel, violento o muy estricto.

Del ejercicio de la autoridad depende que un sujeto se vincule a lo social y pueda establecer lazos de amor y de trabajo con los demás.

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