549. La política del psicoanalista en la cura
En todas las áreas de la vida humana, la cuestión ética consiste en discernir qué conducta es moralmente lícita y cuál no lo es. Esta ética también se manifiesta en el discurso del analista, siendo el fundamento de su práctica clínica, en tanto la posición del psicoanalista está construida sobre el objeto a. Es decir, el objeto a ocupa en el lugar del analista la posición dominante. “Decir ‘dominante’ significa señalar con qué designo, en definitiva, distinguir cada una de las estructuras de estos discursos, dándoles nombres distintos: el universitario, el del amo, el de la histérica y el del analista, según las diversas posiciones de estos términos radicales. Digamos que, a falta de otro valor para este término, llamo dominante a lo que me sirve para nombrar estos discursos.” (Lacan, 1991, p. 45). Por ejemplo, el S1 ocupa la posición dominante en el discurso del amo; el problema surge cuando el analista asume ese lugar dominante: “El analista, por su parte, tiene que representar aquí, de algún modo, el efecto de rechazo del discurso, es decir, el objeto a.” (Lacan, 1991, p. 46).
A partir de lo anterior, surge la pregunta: ¿cuál es la política del analista en la cura? Se puede decir que la política del psicoanálisis tiene tres niveles. Uno de ellos está relacionado con la intención del psicoanálisis; los otros dos, con su extensión. Así, habría que hablar, por un lado, de una política de la cura y, por otro, de una política de la comunidad analítica, incluyendo sus instituciones: Escuelas, asociaciones, etc. Finalmente, también existe una política del psicoanálisis respecto al ámbito público, es decir, la posibilidad de una práctica política del psicoanálisis en el campo social.
“El analista es aún menos libre en lo que denomina estrategia y táctica, es decir, su política, en la cual debería ubicarse más por su falta en ser que por su ser. Dicho de otro modo: su acción sobre el paciente se le escapa junto con la idea que se hace de ella, si no vuelve a tomar su punto de partida en aquello que la hace posible, si no retiene la paradoja en su desmembramiento para revisar desde el principio la estructura por donde toda acción interviene en la realidad.” (Lacan, 1984, p. 569-70). Esto es lo que Lacan nos enseña sobre la política del analista en "La dirección de la cura": se trata de una política que podemos definir como “la política de la falta en ser”, cuya acción no es posible prever en cuanto a sus consecuencias, y que toma en cuenta la estructura de la realidad humana, una realidad estructurada por lo simbólico. El medio natural del ser humano es el lenguaje, y en esa medida podemos vincular política, psicoanálisis y lenguaje.
La política de la cura es, además, una política orientada fundamentalmente al tratamiento de lo real —tratamiento de lo real a través de lo simbólico—, lo que implica considerar el goce, el goce particular del sujeto, aquello que el sujeto considera su bien supremo, aunque le produzca displacer. Introducir el concepto de goce es indispensable si queremos hablar tanto de la política de la cura como de la política del psicoanálisis, e incluso de la política en general, ya que se puede pensar que la estructura del discurso del amo —en la que el significante amo, S1, “es, digamos, para ir al grano, el significante, la función del significante en la que se apoya la esencia del amo” (Lacan, 1991, p. 19)— es equivalente al discurso político; el discurso político es un discurso del amo, donde también interviene necesariamente el goce.
Lacan afirma: “...nada indica cómo impondría el amo su voluntad. Lo que está fuera de duda es que hace falta un consentimiento...” (Lacan, 1991, p. 29). Así, se puede identificar el discurso de la política con el discurso del amo, entendido como aquel que se reduce a un solo significante, es decir, el significante único, que llamamos S1, debe considerarse como el significante que interviene en el origen de cualquier discurso. “...este significante que representa a un sujeto ante otro significante tiene una importancia muy particular, en la medida en que (...) se distinguirá (...) como la articulación del discurso del amo.” (Lacan, 1991, p. 29).
Lacan considera el goce “como un problema de economía política. De ahí la posibilidad de compararlo con la plusvalía marxista. Pero agrega algo no dicho por Marx: la economía política es una economía política de discursos; es decir, lo que distribuyen la economía y la política es cómo circula el goce en un sistema simbólico, a través de la estructura del discurso” (Rabinovich, 1989, p. 14). Esta idea de que hay una economía y una política del discurso, que determinan la distribución del goce, nos permite hablar de una economía del goce del sujeto, es decir, de la forma en que ese sujeto goza de manera particular en la vida.
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