557. Sobre el amor de transferencia
Freud se encontró rápidamente con el amor de transferencia en su práctica, y hace de él el motor de la experiencia analítica. Por ser amor lo que le transfiere el paciente al analista, este requiere de todos los cuidados; aquí se pone en juego la ética del analista, el cual no debe responder a las demandas de amor que vendrán por parte del paciente. Si responde a esas demandas, hasta ahí llega la terapia y empieza una relación de pareja igual de desgraciada a todas las demás relaciones de pareja que se dan en el mundo, y esto es contratransferencia. “La transferencia se debe al desplazamiento sobre la persona del analista de un conjunto de sentimientos que se referían originalmente a los personajes fundamentales de la historia del paciente, especialmente a los padres” (Miller, 2003).
Lacan considera a la transferencia como uno de los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, junto al inconsciente, la repetición y la pulsión. Él advierte, como Freud, que la trasferencia se presenta como un obstáculo a la cura y distingue tres momentos: el enamoramiento primario que se da al comienzo; un período intermedio, tiempo de frustración, y al final, una fase de satisfacción difícil de interrumpir (Kruger, 2011).
La transferencia, entonces, es una condición necesaria para que se dé un análisis, que, además, debe llegar a su fin, a diferencia del amor cotidiano que se piensa para toda la vida. “La transferencia del lado del amor le otorga al analista todos los poderes, el deseo del analista es la función que impide el abuso de este poder” (Kruger, 2011). En la dirección de la cura el imperativo ético del analista es: "no responder al amor con amor", ya que esto sería responder a la demanda; se trata de un poder, pero con la certeza de que no se hará uso de él. Si bien el amor de transferencia es un amor tan auténtico como el amor que se da en la vida real, su satisfacción sería contraria al desarrollo de la cura. “Lacan sostiene que amar es, esencialmente, querer ser amado. Ser amado no es igual a ser analizado” (Kruger). Si el amor de transferencia se presenta como un obstáculo a la cura, es porque se opone al saber sobre la causa del sufrimiento o el malestar que lleva al paciente a terapia, es decir, se opone a la revelación. “Lacan sostiene que el sujeto desea engañar al analista haciéndose amar por él, proponiendo esa falsedad esencial que es el amor” (Kruger).
Así pues, de la posición que ocupa el analista en la transferencia se deduce su ética. Él debe defraudar la demanda de amor para permitir el acceso al inconsciente y a la pulsión que se ha de manifestar en la transferencia como repetición. “La transferencia es la puesta en acto de la realidad sexual del inconsciente” (Miller, 2013). Entonces, “el analista debe lograr quitarle a la pulsión el maquillaje imaginario del amor. Cuando la transferencia conduce al amor, el deseo del analista es eso que viene a obstaculizarla, para que la pulsión, que es la realidad del inconsciente, se desprenda de ella” (Kruger, 2011). Así pues, el tratamiento analítico sustituye la neurosis del sujeto por una «neurosis de trasferencia», enfermedad artificial que hace asequible al analista lo real en juego en la cura del sujeto. De las reacciones de repetición, que se muestran en la trasferencia, se abre el camino al despertar de los recuerdos, vía regia para que el analizante encuentre la respuesta a la pregunta que lo divide.
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