511. Lo que el psicoanálisis enseña sobre cómo sancionar a los hijos

¿Cómo ponerle límites a las conductas indeseables de los niños? Es una pregunta que la psicología y la pedagogía han estado respondiendo desde hace ya bastante tiempo, recomendando y utilizando toda una serie de técnicas; sobre todo haciendo uso de métodos conductistas, creados por Skinner, y que se basan en el reforzamiento positivo (recompensas o premios) y negativo (eventualmente castigos, pero más apropiadamente, eliminar algo negativo tras la conducta deseada) para que los niños aprendan a comportarse como es debido (Figueroa, 2020).

El psicoanálisis ofrece un método de intervención de los comportamientos indeseables de los hijos, que tiene que ver con el vínculo afectivo que el niño establece con sus padres. Lo primero que hay que decir sobre dichos castigos, es que a un niño no hay que tocarle ni un pelo para sancionar su comportamiento. En efecto, el castigo físico es deplorable como método de intervención para corregir a los niños. La clave, en la que hace énfasis el psicoanálisis, para intervenir el comportamiento indeseable del niño, es el vínculo amoroso que todo niño establece con sus cuidadores. Esto significa que, si no hay un vínculo amoroso entre el niño y sus padres o cuidadores, éstos no podrán intervenir adecuadamente para corregir al hijo. Un niño que no ama a sus padres, no los respetará, y no hará caso a las sanciones que estos le dispongan. Es más, lo más seguro es que la respuesta del niño sea agresividad y desprecio hacia sus cuidadores.

Antes de explicar cómo proceder con el niño para sancionar sus conductas indeseables, hay que decir que, en un principio él no sabe distinguir entre lo que está bien y lo que está mal. Esa distinción le llega al niño desde el exterior, pero debe haber un motivo poderoso para que se someta a ese influjo exterior. Freud (1980/1929) dice que dicho motivo se lo encuentra en el desvalimiento y la dependencia del niño hacia sus padres; “su mejor designación es la angustia frente a la pérdida de amor. Si pierde el amor del otro, de quien depende, queda también desprotegido frente a diversas clases de peligros, y sobre todo frente al peligro de que este ser hiperpotente le muestre su superioridad en la forma del castigo. Por consiguiente, lo malo es en un comienzo, aquello por lo cual uno es amenazado con la pérdida de amor; y es preciso evitarlo por la angustia frente a esa pérdida. Importa poco que ya se haya hecho algo malo o solo se lo quiera hacer; en ambos casos, el peligro se cierne solamente cuando la autoridad lo descubre (…)” (Freud, 1980/1929, p. 120).

Resumiendo: la clave para que el niño cambie su comportamiento es la angustia que él experimenta ante la pérdida del amor de sus padres. Esto pareciera cruel, cruel para el niño, hacerle saber que, si no cambia su comportamiento, está en juego la pérdida del amor de sus padres, pero es el mecanismo más efectivo para que el niño cambie su comportamiento. Es por esto que se necesita del amor, de este vínculo afectivo con los padres, para que ellos puedan intervenir, con autoridad, el comportamiento indeseable de su hijo. Además, es más cruel para la vida de un niño enfrentar su proceso de socialización sin tener un control de sus comportamientos indeseables para la colectividad; un niño que hace lo que le venga en gana, va a sufrir mucho al enfrentarse a la sociedad. Por eso es tan importante que los padres pongan límite a sus impulsos, sobre todo los agresivos y los sexuales.

Paso entonces a explicar cómo pueden intervenir los padres para corregir a su hijo. Ante un comportamiento indeseable los padres están llamados a actuar, ojalá en el momento mismo en el que el niño es descubierto manejándose mal. Los padres le tienen que hacer saber a su hijo que lo que está haciendo tiene que terminar –por ejemplo, pegarle a su hermanito– y para eso se tienen que mostrar muy enojados, eso sí, sin tocarle un solo pelo; no hay que pegarle ni maltratarlo físicamente, basta con que se muestren muy enojados con él, es decir, basta con hacerle saber que, si se sigue comportando mal, está en juego la pérdida del amor de sus padres. Esto es muy importante, por eso los padres deben privar al niño de todos los gestos afectivos que le demuestran, es decir, no solo mostrarse enojados –lo cual puede ser un semblante que los padres adoptan–, sino retirarle al niño todo su afecto –no más caricias, besitos, palabras dulces, abrazos, etc.– hasta que el niño cambie su comportamiento –deje de pegarle a su hermanito–. Solo un padre que ama a sus hijos podrá ejercer su autoridad sobre ellos. Pasados unos días, los padres podrán de nuevo volver a manifestar su afecto al niño, haciéndole saber que se ha estado manejando muy bien. Si esa demostración de enojo la acompañan con privar también al niño de una actividad o un juguete que es de todo su interés –asistir a clases de fútbol, por ejemplo, o la consola de videojuegos–, el resultado será, no solamente muy efectivo, sino muy rápido: la próxima vez que el niño le quiera pegar a su hermanito, lo pensará dos veces, ya que sabe del enojo de sus padres y el riesgo de perder el amor de estos, y la privación de su actividad o juguete favorito.

Para terminar, es importante mencionar dos errores que comenten los padres en la aplicación de las sanciones a los hijos: primero, castigan al niño en la mañana, y en la tarde ya están demostrando su afecto y su amor al niño –recuérdese que los padres se deben mostrar enojados, así sea una actuación o un semblante, hasta que el niño haya cambiado su comportamiento indeseable; el niño debe tener muy claro que, por su mal comportamiento, está en riesgo la pérdida de amor de los padres–, y segundo, le quitan la actividad o el juguete hoy, y al día siguiente se lo están devolviendo. Cuando esto sucede, el niño ya sabe quién es el que tiene “la sartén por el mango”, y los padres pierden su autoridad.

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