375. Las paradojas de la relación del sujeto con la palabra y el lenguaje.

“La ley del hombre es la ley del lenguaje” (Lacan, 1981, p. 261), y esta estructura legal–lingüística es el orden simbólico. Es en la palabra, más aún, en el significante, donde el símbolo toma su valor acabado. Si este, efectivamente, separa al hombre de la relación inmediata con la cosa –«La palabra es el asesinato de la cosa»–, es al mismo tiempo lo que la hace subsistir como tal más allá de sus trasformaciones o de su desaparición empíricas: «Es el mundo de las palabras el que crea el mundo de las cosas».

La ley primordial, esa que regula la alianza entre los seres humanos, es la que separa el reino de la cultura del reino de la naturaleza. “La prohibición del incesto no es sino su pivote subjetivo, despojado por la tendencia moderna hasta reducir a la madre y a la hermana los objetos prohibidos a la elección del sujeto...”. (Lacan, 1981, p. 266). Esta ley se da a conocer como idéntica a un orden de lenguaje, ley que, según como sea transmitida en el complejo de Edipo, tendrá en el sujeto o no, efectos patógenos. Esa transmisión de la ley es lo que Lacan va a denominar «función paterna», la cual “concentra en sí relaciones imaginarias y reales, siempre más o menos inadecuadas a la relación simbólica que la constituye esencialmente.” (Lacan, p. 267).

El significante del «nombre del padre» tendrá entonces la función de sostener la función simbólica que, “desde el albor de los tiempos históricos, identifica su persona con la figura de la ley” (Lacan, 1981, p. 267). En el análisis de los casos se observarán claramente los efectos inconscientes de esa función simbólica, efectos que involucran la dimensión imaginaria a nivel del narcisismo, la imagen y la acción de la persona que la encarna.

Así pues, “los símbolos envuelven en efecto la vida del hombre con una red tan total, que reúnen antes de que él venga al mundo a aquellos que van a engendrarlo "por el hueso y por la carne"” (Lacan, 1981, p.268). En medio de esa red que es el lenguaje, estructurante de las leyes sociales del intercambio, “se ve entonces que el problema es el de las relaciones en el sujeto de la palabra y del lenguaje.” (Lacan, p. 269).

Estas relaciones introducen tres paradojas: En la locura, la palabra renuncia a hacerse reconocer y se forma un delirio “que –fabulatorio, fantástico o cosmológico; interpretativo, reivindicador o idealista– objetiva al sujeto en un lenguaje sin dialéctica.” (Lacan, 1981, p. 269). El sujeto es aquí hablado por el Otro. La segunda paradoja está representada por los síntomas, la inhibición y la angustia en las diferentes neurosis. La palabra es aquí expulsada de la conciencia y el síntoma es “el significante de un significado reprimido de la conciencia del sujeto.” (Lacan, p. 270). Pero, a diferencia de la psicosis, la palabra del neurótico incluye el discurso del Otro, Otro en el que hayamos el “secreto de su cifra” (Lacan). La tercera paradoja de la relación del lenguaje con la palabra es la del sujeto que pierde su sentido en las objetivaciones del discurso. Es ésta, dice Lacan, “la enajenación más profunda del sujeto de la civilización científica”. (Lacan, 1981, p. 270). Esta es la razón por la que “El yo del hombre moderno ha tomado su forma [...] en el callejón sin salida dialéctico del "alma bella" que no reconoce la razón misma de su ser en el desorden que denuncia en el mundo” (Lacan).

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