531. Transferencia, repetición y demanda
El psicoanálisis le enseña al analista que hay que esperar la emergencia de la transferencia para interpretar, y que nunca hay que suponer que se habla la misma lengua del analizado; nunca hay que suponer que se sabe lo que quiere decir el analizado cuando dice algo, es decir, el psicoanalista debe suspender el «sentido común» de la lengua. Cuando se interpreta el discurso del paciente desde el sentido común, el terapeuta está adoptando la posición de amo, de aquel que sabe lo que el otro le quiere decir. En esa posición se dedica a hacerle saber al analizado lo que supone que no sabe sobre lo que le está pasando, pero en el fondo no hace sino decirle lo que el paciente, en el fondo, ya sabe. La experiencia psicoanalítica es una experiencia en la que se llega a saber lo que no se sabe, lo que el paciente no sabe que sabe, porque es algo que está reprimido. Eso es el inconsciente: un saber no sabido por el sujeto. Lacan no creía en el sentido común; por eso, la psicología del sentido común consiste en decirle al paciente lo que quiere escuchar. La mayoría de las intervenciones psicoterapéuticas se dedican a esto, y el terapeuta interviene como «faro moral», se presenta como modelo a seguir, como aquel que sabe lo que le conviene al sujeto. Es exactamente la dirección de conciencia que hace un sacerdote con su feligrés, o una madre con su hijo. El psicoanálisis es una práctica contraria a todo esto.
Sumado a lo anterior está la transferencia como un fenómeno de repetición, eso que pone en evidencia la función de la repetición en el inconsciente. Ya lo decía Freud: “El analizado no recuerda, en general, nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo vive de nuevo, lo actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acto. Lo repite sin saber naturalmente que lo repite”. “Se supone que el sujeto repite, a propósito del analista, las actitudes y los sentimientos que tuvo respecto de los personajes fundamentales de su historia” (Miller, 2023). La transferencia es un fenómeno de repetición, de tal manera que “el sujeto busca indefinidamente en su vida amorosa nuevas ediciones del objeto prototípico que se perdió” (Miller). Esta es la doctrina de Freud sobre la vida amorosa: el amor es repetición.
Entonces, cuando Lacan formula al analista en la posición de amo, lo está colocando en el registro de esa transferencia-repetición; de cierta manera, el analista ocupa el lugar de ese objeto perdido (objeto a), por eso atrae hacia él la libido del analizante. Esto lleva a Lacan a establecer su fórmula de que “la transferencia es la puesta en acto de la realidad sexual del inconsciente” (Miller, 2013). Pero el analista no solo ocupa el lugar de amo; también ocupa el lugar del Otro; “el analista es en el análisis el Otro de la demanda” (Miller), es decir, es el que recibe la demanda del analizado. “Desde el momento en que hay demanda, está el Otro de la demanda y el analista ocupa ese lugar” (Miller). Y al decirlo así, Lacan recuperó mucho de lo que concernía a la transferencia-repetición. “Efectivamente, desde el momento en que el analista es el Otro de la demanda se puede decir que el paciente vuelve a formular sus demandas más antiguas en el análisis y que el analista soporta una tras otra todas las figuras históricas del Otro de la demanda para el sujeto” (Miller). Los análisis comienzan, pues, con la demanda, y la transferencia es un efecto de la demanda; desde el momento en que hay demanda, hay transferencia.
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