27. Amor y Odio.
El amor, y no solo el odio, es una forma del desencuentro; habrá experimentado el enamorado cuán difícil es sostener un vínculo sin dificultades o tensiones. Ello pone de manifiesto la omnipresencia que tiene el malentendido en la comunicación entre los hombres. Es verdad que hay amores afortunados, pero lo corriente es encontrarse con el desamor en algún momento de la relación de pareja. El amor eterno no es tal, y con su irrealidad se encuentran las parejas ahora o después.
Mientras que el amor alimenta una pretendida ilusión de completud con el otro y hace pensar al amante que ha encontrado su “media naranja”, la realidad es que ningún sujeto es el complemento de otro. Si fuera así, no existirían el divorcio ni las separaciones entre los amantes. Si el amor fuese eterno, la sociedad estaría conformada por parejas indisolubles; no se sabría de infidelidades ni de ningún otro tipo de obstáculos entre los amantes.
El amor tiene un comportamiento diferente al de una pretendida armonía. Es algo que, cuando irrumpe en la vida de un sujeto, acaba con su tranquilidad: le quita el sueño, lo distrae del trabajo, lo hace hacer y decir tonterías, etc.; se parece más a una enfermedad que ser una solución a la soledad del ser humano. Además, siempre está asechando el desamor, el desencuentro, y entonces surge el odio.
El amor no se puede pensar sin el odio. El amante odiará al que ha dejado de amarlo o al que no le corresponde en su sentir. Se dice que el amor es el que hace girar al mundo, pero si se piensa un poco, se verá que el odio es un afecto que también mueve y estremece al planeta, y éste parece girar incluso con más vigor en torno al odio. Piénsese solamente en esa manifestación extrema que puede desencadenar el odio: la guerra; pero también hay todas esas manifestaciones del odio que hacen parte de la cotidianidad: envidia, celos, rivalidad, agresividad, segregación, racismo, violencia, asesinato, tortura, etc. Es indudable y habría que reconocer que en la naturaleza humana, si bien el amor distingue al hombre del reino animal, igualmente y en gran medida, también el odio.
Mientras que el amor alimenta una pretendida ilusión de completud con el otro y hace pensar al amante que ha encontrado su “media naranja”, la realidad es que ningún sujeto es el complemento de otro. Si fuera así, no existirían el divorcio ni las separaciones entre los amantes. Si el amor fuese eterno, la sociedad estaría conformada por parejas indisolubles; no se sabría de infidelidades ni de ningún otro tipo de obstáculos entre los amantes.
El amor tiene un comportamiento diferente al de una pretendida armonía. Es algo que, cuando irrumpe en la vida de un sujeto, acaba con su tranquilidad: le quita el sueño, lo distrae del trabajo, lo hace hacer y decir tonterías, etc.; se parece más a una enfermedad que ser una solución a la soledad del ser humano. Además, siempre está asechando el desamor, el desencuentro, y entonces surge el odio.
El amor no se puede pensar sin el odio. El amante odiará al que ha dejado de amarlo o al que no le corresponde en su sentir. Se dice que el amor es el que hace girar al mundo, pero si se piensa un poco, se verá que el odio es un afecto que también mueve y estremece al planeta, y éste parece girar incluso con más vigor en torno al odio. Piénsese solamente en esa manifestación extrema que puede desencadenar el odio: la guerra; pero también hay todas esas manifestaciones del odio que hacen parte de la cotidianidad: envidia, celos, rivalidad, agresividad, segregación, racismo, violencia, asesinato, tortura, etc. Es indudable y habría que reconocer que en la naturaleza humana, si bien el amor distingue al hombre del reino animal, igualmente y en gran medida, también el odio.
Comentarios
No comprendo cómo es que podríamos diferenciarnos de los animales que también sienten el amor.