502. Los límites de la sesión analítica virtual

¿Qué diferencia una sesión analítica de una conversación mantenida a través de cualquier sistema de comunicación a distancia? El contacto a distancia existe desde la invención del teléfono; ahora se hacen videollamadas y videoconferencias. Miller (1999) dice al respecto que "eso va a continuar, a multiplicarse, será omnipresente. Pero, ¿llegará la presencia virtual a tener una incidencia fundamental en la sesión analítica? No. Verse y hablarse, eso no hace una sesión analítica. En la sesión, dos están juntos, sincronizados, pero no están allí para verse, como lo manifiesta el uso del diván. La copresencia en carne y hueso es necesaria, aunque solo fuera para hacer surgir la no-relación sexual".

Para Miller (1999) es claro que, para el psicoanálisis, la presencia real del analista y el analizante, es lo que garantiza la puesta en juego de lo real que se presenta en el dispositivo de diferentes maneras, todo lo que tiene que ver con la repetición en la transferencia y lo real de la no relación sexual. Es decir que la presencia de los actores del dispositivo en un mismo lugar, "es consustancial a la sesión analítica como puesta en acto del discurso analítico" (Panés, 2020). Esto, por tanto, le pone un límite a los modos de presencia virtuales que la tecnología ofrece. 

Pero, ¿qué hacer entonces con el confinamiento al que obliga una pandemia? La virtualidad se convierte en la única vía de comunicación entre analistas y analizantes. No es algo nuevo, como ya se indicó. El uso del teléfono, desde finales del siglo XIX, ha permitido la comunicación entre analista y analizante, sobre todo cuando la presencia real ha sido temporalmente imposible (Panés, 2020). Pero el uso de este y otros dispositivos son excepcionales; son como una especie de paréntesis cuando ya se ha constituido una transferencia o como algo preliminar a un encuentro en el que se espera que aquella se instale. 

Así pues, la pandemia actual "no debe constituirse en una alteración permanente del dispositivo analítico" (Panés, 2020), pero dadas las circunstancias que aquella ha generado -la imposibilidad de encuentros reales-, la sesión analítica virtual "no tiene una naturaleza esencialmente diferente" (Panés). Si hay diferencias, estas se ponen en juego con relación a la incorporación de la imagen en las comunicaciones virtuales, la cual puede constituirse en un posible obstáculo que hay que tratar en la dimensión del caso por caso. Pero esto puede ser equivalente a lo que sucede en la presencialidad. Sabemos que hay pacientes que no soportan recostarse en el diván y necesitan de la presencia del analista, es decir, necesitan verlo de frente, saber que los están escuchando (sucede eventualmente con las pacientes histéricas) "El diván es sin duda el objeto emblemático del psicoanálisis. Pero al mismo tiempo, no es el diván lo que define al psicoanálisis. Hay análisis que se realizan perfectamente cara a cara, con el paciente sentado en una silla. Para algunos pacientes, incluso es necesario que sea así. Por ejemplo, cuando el diván adquiere el significado: estar a merced del otro, entregarse al capricho del otro" (Miller, 1999). Entonces, ¿cómo proceder con las videollamadas? Tal vez haciendo uso solo de la voz, al fin y al cabo, el uso del diván en el dispositivo analítico tiene que ver con que el analizante se vuelva un puro hablante; la sesión analítica no está hecha para verse, por eso se hace uso del diván; además, el uso de este le da énfasis a lo simbólico, a la palabra, más que a lo imaginario, a la imagen, que se puede constituir en un distractor. 

En todo caso, está bien atender a los pacientes que lo han pedido de manera virtual; esto no impide para nada que haya efectos analíticos. Incluso es pertinente escuchar a los pacientes que demandan que la sesión sea exclusivamente por vía telefónica, en la medida en que la mirada del otro le puede resultar inquietante (Panés, 2020). Téngase pues, muy en cuenta, que la comunicación virtual se inscribe como una excepción en el contexto de una transferencia ya constituida. Cuando el primer encuentro con el analista se produce por la vía virtual, habrá que pensar qué dificultades se plantean aquí (Panés). La gran dificultad de la que alerta Miller con el uso de la virtualidad, es que ésta, al no haber co-presencia en carne y hueso del analista y el paciente, esto sabotea el surgimiento de la no relación sexual. "Si saboteamos lo real, la paradoja se desvanece. Todos los modos de presencia virtual, incluso los más sofisticados, se enfrentarán a esto" (Miller, 1999).

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