506. ¿Por qué la «gente de bien» puede llegar a ser tan malvada?

Reflexiona García Villegas (2020) sobre cómo es posible que una persona puede ser un miserable, un malvado y un indolente, capaz de actuar de manera irreflexiva en el momento de recibir órdenes. Esto se parece mucho a lo que ha sucedido en nuestro país con el abuso de la fuerza pública en Colombia, por parte de algunos policías, en el marco de las manifestaciones durante el Paro Nacional desatado en el mes de abril de este año. García Villegas se apoya en Arendt para explicar cómo “la mayoría de los individuos actúan dentro de las reglas que imperan en su entorno, incluso cuando esas reglas los llevan a cometer actos de barbarie” (p. 220); en otras palabras, dependiendo de las circunstancias, una persona puede ser complaciente con el crimen e incluso convertirse en un criminal.

El ejemplo que da García Villegas (2020) sobre este tipo de situaciones, es lo ocurrido durante la Alemania Nazi, con los campos de concentración y los hornos crematorios. Bajo la égida de un régimen totalitario, los sujetos pueden llegar a hacer atrocidades; por supuesto, ellos son tan responsables de sus actos criminales como lo es el sistema. “Los soldados, los torturadores y los burócratas se deslizan fácilmente, casi naturalmente, por la tarima que el régimen totalitario ensambla” (p. 220), de tal manera que personas que se dicen buenas, puede terminar siendo verdugos, ¡y sin darse cuenta! Esto explicaría el actuar de las fuerzas del Estado, y hasta de grupos de personas beligerantes, abusando de su poder, ya sea armado o por su investidura, llevándolos a abusar de los derechos humanos sin ningún reparo. Lo que hay que preguntarse aquí, entonces, es si el establecimiento que gobierna a Colombia tiene un carácter totalitario, de tal manera que, ante la orden de un jefe político, que hace parte del partido que gobierna este país, a través de un trino, por ejemplo, puede llevar a que las fuerzas del Estado y a la población que lo eligió, a realizar actos delictivos sin ninguna consideración.

Ahora bien, "La responsabilidad moral existe y muchas veces es más amplia de lo que estamos dispuestos a reconocer: en las grandes empresas del mal no solo hay un grupo de culpables que concibieron, diseñaron y ejecutaron la exterminación de pueblos enteros, también hay pueblos enteros que acolitaron o simplemente callaron cuando pudieron levantar su voz" (García Villegas, 2020, p. 220)

Lo contrario también sucede; cuando el establecimiento no se manifiesta violento ni belicoso, no solamente sus subalternos, sino también el pueblo entero, puede llevar una vida en paz, o por lo menos las voces combativas se callan, se silencian, hasta que llegue nuevamente al poder un estado guerrero. Lo vivimos en Colombia durante el último año del expresidente Santos, luego de la firma de la paz con las FARC; fue uno de los años más pacíficos en la historia de este país, a tal punto que hasta el Hospital Militar quedó vacío, ya que dejaron de llegar soldados heridos. Pero con el regreso al poder de un partido político de extrema derecha y muy guerrerista, sus seguidores se muestran también combatientes y conflictivos, dispuestos a abusar de su poder (en el caso en que lo tengan) y violar los derechos de todos aquellos que no estén con ellos, incluso hasta eliminarlos, que es un poco lo que ha sucedido durante la historia política de este país con el adversario: se lo elimina dándole muerte.

Pero, ¿cómo es posible que un conjunto de sujetos pueda actuar tan irracionalmente, hasta el punto de llegar a ser unos verdugos, a pesar de moralidad y su ética? Freud (1933/1991) tiene una explicación para esto. Lo hace con su concepto de superyó, que en términos sencillos no es otra cosa que la conciencia moral del sujeto (la voz de la conciencia). El superyó es aquello que sustituye a la instancia parental (la autoridad de los padres), que, una vez introyectada en el funcionamiento del psiquismo por parte del niño, se dedica a vigilarlo, juzgarlo y castigarlo, “exactamente como antes lo hicieron los padres con el niño” (Freud, 1933/1991, p. 58).

El superyó, entonces, responde a una identificación con la instancia parental que opera en la primera infancia, siendo el heredero de las ligazones de sentimiento que todo niño pone en juego en los vínculos afectivos que aquél establece necesariamente con sus cuidadores, lo que Freud denominó complejo de Edipo. La identificación es un mecanismo psíquico que consiste en que un yo asimila a un yo ajeno, en la medida en que quiere ser como el otro, así pues, ese primer yo se comporta como el otro, lo imita, lo acoge dentro de sí (Freud, 1933/1991). “En el curso del desarrollo, el superyó cobra, además, los influjos de aquellas personas que han pasado a ocupar el lugar de los padres, vale decir, educadores, maestros, arquetipos ideales” (Freud, 1933/1991, p. 60), como lo son, por ejemplo, los líderes políticos. El superyó, subroga así, todas las limitaciones morales trasmitidas por los padres y sus sustitutos.

Freud va a aplicar su concepto de superyó a la psicología de las masas, a la psicología de los pueblos, llegando a establecer la siguiente fórmula: "Una masa psicológica es una reunión de individuos que han introducido en su superyó la misma persona y se han identificado entre sí en su yo sobre la base de esa relación de comunidad. Desde luego, esa fórmula es válida solamente para masas que tienen un conductor" (Freud, 1933/1991, p. 63).

Esta fórmula logra explicar, entonces, por qué todo un conjunto de personas de una sociedad, ya sea que estas sean subalternos, seguidores o creyentes, terminen haciendo actos miserables, crueles e indolentes hacia otras personas: ¡porque su líder también las hace o las ordena hacer! ¡Y se han identificado con él, específicamente con su superyó! Por eso los miembros de un grupo político (o de una secta), grupo que gobierna en un país, por ejemplo, se parecen tanto en su forma de pensar y proceder; se conducen y repiten el discurso de su líder sin reflexionar en ello, llegando incluso a ser verdugos de otros miembros de su comunidad sin ningún reparo o culpa, y justificando su actuar con base en la ideología que transmite su líder o caudillo. Por tanto, si el líder es guerrerista, sus lacayos, la «gente de bien», también lo serán; si el cabecilla manda a matar, del “cura para abajo hay que requisar” (Akerman, 2021).

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