42. ¿Felicidad?
La vida trae consigo dolor, desengaño y problemas insolubles. Para soportarla, el ser humano recurre a calmantes de tres tipos: poderosas distracciones que hacen valorar en poco su miseria; satisfacciones sustitutivas que reducen las penas; sustancias embriagadoras que vuelven insensible el dolor de existir. Al parecer algo de esto se hace indispensable para resistir la vida.
La actividad científica y académica son unas de esas poderosas distracciones que alejan al sujeto de su condición de miseria; las artes en general son un buen ejemplo de lo que son unas satisfacciones sustitutivas; y las drogas, desde el alcohol hasta los poderosos barbitúricos, influyen sobre el cuerpo alterando su funcionamiento químico. La religión también tiene aquí su lugar: sirve de paliativo y para que el sujeto le dé un sentido a su existencia. Sólo la religión sabe responder a la pregunta por el fin de la vida. Inclusive la idea de que la vida tenga algún propósito, parece depender por completo de los sistemas religiosos.
El ser humano suele tener como meta en la vida alcanzar la felicidad. Por un lado, quiere la ausencia de dolor y, por otro, desea vivenciar un intenso placer. El psicoanálisis revela que el propósito de que el hombre sea dichoso en la vida no está contemplado dentro de los planes de la Creación. La felicidad es más bien una satisfacción repentina y episódica. El sujeto está estructurado de tal manera que sólo goza con intensidad del contraste, y muy poco de un estado de felicidad permanente.
Más fácil se experimenta la desdicha. El sufrimiento amenaza desde tres lados: el cuerpo propio, destinado a la ruina, las enfermedades y la muerte, y no puede prescindir del dolor y la angustia; el mundo exterior, que arremete con fuerzas destructoras: terremotos, inundaciones, etc.; y los vínculos con los otros, lo cual es lo que más dolor le procura al sujeto. Será dichoso sólo quien escape al sufrimiento, pero esto, por el hecho de estar vivos, es bien difícil de lograr.
La actividad científica y académica son unas de esas poderosas distracciones que alejan al sujeto de su condición de miseria; las artes en general son un buen ejemplo de lo que son unas satisfacciones sustitutivas; y las drogas, desde el alcohol hasta los poderosos barbitúricos, influyen sobre el cuerpo alterando su funcionamiento químico. La religión también tiene aquí su lugar: sirve de paliativo y para que el sujeto le dé un sentido a su existencia. Sólo la religión sabe responder a la pregunta por el fin de la vida. Inclusive la idea de que la vida tenga algún propósito, parece depender por completo de los sistemas religiosos.
El ser humano suele tener como meta en la vida alcanzar la felicidad. Por un lado, quiere la ausencia de dolor y, por otro, desea vivenciar un intenso placer. El psicoanálisis revela que el propósito de que el hombre sea dichoso en la vida no está contemplado dentro de los planes de la Creación. La felicidad es más bien una satisfacción repentina y episódica. El sujeto está estructurado de tal manera que sólo goza con intensidad del contraste, y muy poco de un estado de felicidad permanente.
Más fácil se experimenta la desdicha. El sufrimiento amenaza desde tres lados: el cuerpo propio, destinado a la ruina, las enfermedades y la muerte, y no puede prescindir del dolor y la angustia; el mundo exterior, que arremete con fuerzas destructoras: terremotos, inundaciones, etc.; y los vínculos con los otros, lo cual es lo que más dolor le procura al sujeto. Será dichoso sólo quien escape al sufrimiento, pero esto, por el hecho de estar vivos, es bien difícil de lograr.
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